María, la Roya
Hoy es sábado, 1 de octubre, a las 13 horas. María siempre cuenta las campanadas en voz baja, y al final del recuento informa de la hora:
_ La una en Urrea_ me dice, haciéndome sabedora del paso del tiempo, como si nosotros, los jóvenes, que vivimos tan deprisa, no fuéramos conscientes del transcurso de los acontecimientos.
Le encanta estar en la calle, siempre que puede. Observando, con la vista siempre al frente, la cabeza erguida, mirando al infinito. La espío de reojo, mientras escribo, intentando descifrar su pensamiento, pero me tiene confundida. Parece como si solo ella percibiera los sonidos de la vida, que nadie percibe. El sonido de las aves, el sonido de la brisa de una mañana soleada, el sonido de las campanas ¿para quién, si no es para ella, tocan las campanas?, el sonido de las horas, el sonido de la vida. Aunque no ve ni un pijo, por suerte, el oído le funciona a la perfección.
Huérfana de padre con muy poquitos años por uno de esos episodios atroces de la guerra, de esos que dejan una huella imborrable de por vida, ojos hundidos, barbilla prominente y piel curtida en el monte, morena de pelo blanco. Sus manos delatan su pasado, unos dedos torcidos indican su profesión, mujer de la tierra, incansable y ruda. Es un olivo centenario, fuerte, desgastada y arrugada.
María saca la lengua y le tiembla en los labios cuando se pone nerviosa. Se pone nerviosa con mucha facilidad, aunque nunca lo verbaliza. Ahora me mira preguntándose qué estará escibiendo esta chica tan estrafalaria, pero no me lo pregunta.
Contempla las idas y venidas de los demás, escucha las conversaciones sin intervenir jamás. Es de esas personas mayores que saben aceptar y comprenden el abismo que existe entre la cultura de su tiempo y la del actual. Ella escucha y calla mientras se come con afán su plato de tomate. El tomate de temporada es su comida preferida, siempre le parece poco.
Hace unas semanas se enteró de que la fecha real de su partida de nacimiento no coincidía con la que pone en su DNI. Así, de repente, le cayó un año más encima. Pensando cumplir los 90 agostos, cumplió los 91. No se inmutó, igual le hubieran dado 3 o 4 más. Eso si, sacó la lengua durante un rato, pero se le pasó pronto.
María, la tia Roya, nunca reza ni ve la tele. Dice que solo salen "tontadas". Por eso prefiere salir a la calle y disfrutar de la vida. María no necesita hacer yoga, hace días que ha alcanzado la conciencia plena. Hace días que sabe quién es.
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Silvia -
Lola Oriol -